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sábado, 16 de diciembre de 2006

Filosofía-Historia de Venezuela

“Filosofía Universitaria Venezolana 1788-1821” Reflexiones ante una lectura historiográfica

Jeroh Montilla

INDICE:

Introducción

Aproximación biográfica

La universidad colonial

Romanticismo-positivismo, paradigmas historiográficos venezolanos

Filosofía universitaria colonial

Algunas reflexiones finales

Bibliografía

“Viejos y gastados Cedularios, largos volúmenes de cuentas, amarillentos libros de Claustros, innumerables expedientes de estudios, mil papeles descoloridos y dispersos, todo parece que en la sala del apartado recinto despertara de largo sueño secular a la entrada del curioso visitante, para revelarle en secreto, con su lenguaje mudo, aprovechando el sereno ambiente de los claustros del antiguo convento franciscano, las pacíficas y laboriosas hazañas de aquellos recios varones que se fueron con el siglo XVIII y que llenaron de esplendor y lustre, perfilándola con severos lineamientos de virtud y energía, la vida antañona y monótona de nuestra egregia Universidad Real y Pontificia.”

Caracciolo Parra León

INTRODUCCIÓN

Hay lecturas donde el pasado es plenamente una fresca novedad. Escribir de esa añoranza es releer, es sufrir o disfrutar mientras se intenta la nostalgia. Este ensayo es solo una lectura preliminar, una saudade indagatoria a un texto del Doctor Caracciolo Parra León, historiador venezolano determinante en la historiografía venezolana de las cuatro primeras décadas del siglo XX. Intelectual, prolífico y polifacético, a cual le tocó desarrollar la plenitud e intensidad de su trabajo investigativo en medio de la dictadura gomecista.

Este primer paso intenta examinar y establecer algunas apreciaciones sobre la obra Filosofía Universitaria Venezolana 1788-1821 la cual presentó el 24 de noviembre de 1933 como estudio histórico para su incorporación a la Academia Venezolana de la Lengua, este fue contestado por el académico Doctor José Ramón Ayala.

En esta obra se analizan las fuentes documentales del Archivo Universitario de Caracas, las tesis de grado de los estudiantes de la Real y Pontificia Universidad de Caracas, comprendidas entre las dos últimas décadas del siglo XVIII y las dos primeras del siglo XIX. El autor va refutando, a medida que estudia detalladamente el contenido de estos documentos, aquellos juicios apriorísticos que muestran al periodo colonial venezolano como una época de cerrado oscurantismo intelectual. El objetivo central del texto de Parra León es probar que los hombres responsables de la independencia de Venezuela no surgieron por generación espontánea sino que son en gran parte el producto de ese trance intelectual que se daba libremente en los claustros de la Real y Pontificia Universidad de Caracas.

Ese parecer al que se opone el autor, puede sintetizarse en la conocida expresión “leyenda negra” de la historia colonial, la cual ha contado con variados y consecuentes seguidores, a esta expresión se opone tímidamente la tesis de la “leyenda dorada”. Vale decir que Caracciolo Parra León fue enfrentado por sus detractores con el alegato de que sus trabajos reforzaban los argumentos de esta segunda tesis.

Parra León y Mario Briceño Iragorry realizan un profundo y minucioso trabajos de investigación histórica con la finalidad de aclarar lo erróneo y exagerado de estas dos posturas. Ellos, desde 1925 hasta 1933, se dedicaron a localizar, revisar y estudiar documentos con los cuales formularon una nueva tesis sobre la historia colonial venezolana, bautizada, según Domingo Miliani (1989), como “revisionismo histórico”. Tapices de Historia Patria de Briceño Iragorry y Filosofía Universitaria Venezolana de Parra León son los libros más significativos de estos historiadores, en ellos se detallan los pormenores de la tesis claramente.

Esta lectura del libro de Parra León lo abordará desde una perspectiva historiográfica próxima a ciertas nociones de la Historia de las Mentalidades, corriente de la tercera generación de la Escuela de los Annales. Se busca evidenciar, en la medida de lo posible, la riqueza del texto en la construcción histórica del imaginario social venezolano. Revelando como Parra León, desde su perspectiva teórica, justifica la constitución de su discurso historiográfico. A esto se añade que, gracias a la temática investigada por el autor, el libro trasluce, en el ámbito local, la crisis paradigmática del mundo del Siglo de la Ilustración. También este trabajo de Parra León, expresa con vigor la oposición que bajo el gomecismo surge contra la historiografía positivista venezolana.

Tanto los trabajos de Briceño Iragorry como los de Parra León exploran de manera clara el desarrollo, las contradicciones y la crisis de mentalidades del venezolano en devenir histórico Según los autores, estas tienen su singularidad genealógica en la tradición colonial. Ellos afirman que la visión prejuiciada de esa etapa ha influido de modo negativo en el sucesivo y accidentado construir de nuestra historia.

APROXIMACIÓN BIOGRÁFICA

Caracciolo Parra León constituye un caso singular en la vida intelectual venezolana de inicios del siglo XX. Se dedicó con verdadero afán a investigar la historia, la filosofía, la lengua y el derecho del país. Por esta labor ya a los 29 años, el 16 de octubre de 1930, fue elegido Individuo de Número de la Academia Nacional de la Historia. Dos años más tarde, el 7 de marzo de 1932 se incorpora definitivamente a esta Academia presentando su polémico trabajo La Instrucción en Caracas, 1567-1725. Su vida fue, en el plano intelectual, intensa, de trabajo intelectual abundante, minucioso e ininterrumpido. Ejerció muchos cargos docentes y realizó diversas indagaciones históricas simultáneamente. Sus trabajos investigativos fueron de gran complejidad y con cuidada dedicación. Pero como intensa fue su práctica indagadora y docente, corta fue al contrario su existencia. Vivió apenas 37 años.

Nació el 6 de agosto de 1901, en Pamplona (Colombia) con motivo de estar su padre y familia en el exilio. La carrera profesional de Parra León es vertiginosa, si puede usarse esta expresión. Ya en el año 1922 obtiene en el estado Táchira el título de abogado. Allí ejerce el cargo de Inspector Fiscal de Estampilla. En 1923 obtiene el doctorado en Cánones. En 1924 la Universidad Central le otorga el título de Doctor en Ciencias Políticas y en 25 de junio de 1926 se le confiere el título de Doctor en Ciencias Eclesiásticas. Así mismo en 1928 es nombrado Vicerrector de la Universidad Central. Allí ejerce según el historiador Tomás Polanco Alcántara (1988) las siguientes cátedras:

Lógica en la Escuela de Filosofía y Letras, creada en la Universidad Central en 1928, Principios Generales del Derecho y Derecho Español y Público Eclesiástico en la Facultad de Derecho de la Universidad Central; Filosofía en el cuarto año de Instrucción Secundaria en el Liceo Andrés Bello de Caracas; Derecho Internacional Americano en el curso Preparatorio para la admisión en las carreras Diplomática y Consular, que después de 1936 funcionó en el Ministerio de Relaciones Exteriores y además dictó Ética General y Aplicada en el ensayo preuniversitario experimental que existió en el año de 1931 y un curso, entonces muy especial de Preparación Cívica, Psicología y Metodología Pedagógica en el Colegio Santa Rosa de Lima (Pág. 33)

Toda esta actividad docente la llevaba paralelamente a las ocupaciones vicerectorales, las cuales ejerció hasta el 26 de diciembre de 1935. De allí fue a la Dirección de la Biblioteca Nacional. En su pase por el Vicerrectorado de la Universidad Central tuvo la oportunidad de asumir el Rectorado en condición de interino el 24 de julio de 1929.

En la UCV creó la Escuela de Filosofía y Letras y examinó los Archivos Históricos de la Universidad. Dirigió la Escuela de Filosofía desde el Vicerrectorado e impartió cursos de sicología, lógica, literatura antigua, literatura italiana, historia de la filosofía y ética. Tomó la Dirección de la revista Anales de la Universidad Central de Venezuela. Llegó a ser miembro e individuo de centros y academias de historia en Colombia, España, Argentina, Uruguay, Costa Rica República Dominicana y Panamá. En Venezuela, aparte de ser individuo de número en la Academia Nacional de Historia, también lo fue de la Academia Venezolana de la Lengua.

Caracciolo Parra también ejerció el oficio de editor a través de su propia empresa, Editorial Sur América, la cual exhibe un catálogo interesantísimo. Entre sus ediciones pueden mencionarse, entre otras muchas, la Historia Constitucional de José Gil Fortoul, el Archivo de Historia y Variedades de Tulio Febres Cordero, Tapices de la Historia Patria de Mario Briceño Iragorry, la Relación de la Visita del Obispo Mariano Martí y las obras de Cronistas de Indias como Oviedo y baños, Caulín y Fray Pedro Aguado.

Como diplomático ocupó el 5 de junio de 1936 la Dirección de una recién creada Oficina en el Ministerio de Relaciones Exteriores dedicada a los propósitos del gobierno por estrechar relaciones de cooperación política, económica y cultural con otras naciones americanas. Desde allí se dedica al estudio académico y político del tema de las relaciones internacionales venezolanas, con los fines de alcanzar la resolución de problemáticas y sistematizar la preparación del personal para el servicio diplomático. En diciembre de 1938 participa en Lima en la VIII Conferencia Interamericana. En esta actividad tuvo una labor destacada. Allí en Lima enfermó, marchó a Panamá donde se agravó, llega moribundo a Caracas falleciendo el 9 de febrero de 1939 victima de leucemia.

Caracciolo Parra León siempre se confesó de arraigadas convicciones católicas, apostólicas y romanas. En una carta que dirige a Mario Briceño Iragorry (1990) dibuja con precisión lo que fue, en sus propias palabras, su fundamento de vida:

... sin mutilaciones, ni subterfugios, sin hacer concesión alguna a la impiedad ni a heterodoxia en cualquiera forma que se presente, sin rehuir ninguna de las lógicas consecuencias de la fe que profeso, lo cual equivale a decir que, con un convencimiento firme y apegado a la realidad de las cosas, sostengo la doctrina social de la Iglesia. (Pág. 54)

LA UNIVERSIDAD COLONIAL

En 1592 el rey español Felipe II, bajo la constante presión del Obispo Mauro Tovar de Caracas le ordena a este la fundación de un Seminario. La falta de recursos económico impidió el cumplimiento de este mandato. En 1640, el Obispo solicita al Cabildo Eclesiástico los recursos para iniciar la obra. El Cabildo aprueba la propuesta, asigna seis mil ducados para el inicio y dispone de una casa junto a la iglesia para que allí funcionase el Seminario de manera interina mientras se construía el edificio universitario. El terremoto que se conoce como de San Bernabé derrumbó la iglesia y lo que se había hasta el momento fabricado.

El 27 de septiembre de 1673 el nuevo obispo, Fray Antonio González de Acuña, compra unas casas frente a la plaza mayor y funda allí el Seminario de Santa Rosa de Lima, semilla de lo que se conoció después como la Real y Pontificia Universidad de Caracas. Sus primeras cátedras fueron teología, gramática y filosofía. El obispo Diego Baños y Sotomayor culmina la construcción del edificio. Este obispo establece las Constituciones que rigen el gobierno y funcionamiento. Este Seminario fue inaugurado a decisión del obispo el 29 de agosto de 1696. Se inicia entonces una larga y gestionada lucha por la elevación a la categoría de Universidad del Seminario. El rey Felipe V por Real Cédula el 22 de diciembre de 1721 decreta la universidad. La cual se inauguró definitivamente como Real y Pontificia Universidad realmente el 11 de agosto de 1725. Sus primeras cátedras fueron Teología de Prima, Teología de Vísperas, Cánones, Moral, Instituta de Leyes, Filosofía y Música, luego se añaden Filosofía Escolástica y Medicina. El obispo nombraba para ese entonces al Rector y las cátedras eran dadas por oposición y en la didáctica dominaba el sentido aristotélico del Seminario. Humberto Cuenca (1967) describe el rigor del proceso académico en la vida estudiantil:

A la Universidad Real y Pontificia se entraba niño, analfabeto, para aprender las primeras letras y se salía doctor; es decir, ella proporcionaba la instrucción primaria, formaba al bachiller o maestro y graduaba al doctor en la respectiva facultad universitaria. Realizaba así en esta suma de conocimientos, el principio de la unidad integral de la enseñanza, desde la más elemental hasta la superior... Enseñanza teórica y nada práctica, alejada por completo de la experiencia humanista, en el viejo sentido que en la antigüedad clásica tenía este concepto. Desconoció la especialidad, el seminario y la investigación, impartía una cultura general, pero atrasada” (Pág. 29)

Presentado así estudiar en la universidad colonial es prácticamente un asunto de entrega conventual a los rigores de una disciplina académica con espíritu de religiosidad católica. El conocimiento es absoluto e indiscutible. Cuenca habla también de cárceles interiores, ayunos, penitencia y castigos corporales. Es notable como este historiador se inclina a reforzar con sus descripciones y apreciaciones la tradicional idea de “la leyenda negra” en la universidad colonial venezolana. Sin embargo, esta misma universidad a decir verdad es férrea al momento de defender sus fueros autónomos ante el Cabildo, el Gobernador o el Capitán General.

Al principio el Rector era nombrado por el Obispo y su duración era de acuerdo a la conveniencia de este. Pero en 1784 se dan las primeras tentativas autonómicas cuando el Rector es nombrado por un claustro de doctores. Este duraría dos años, no sería reelegible y se elegiría alternadamente un lego y un eclesiástico. El poder rectoral es limitado, su salario era de 125 pesos anuales más las propinas de los bachilleres al recibir el grado. El puesto sólo era una cuestión de mérito no de ventajas económicas. Los asuntos económicos y académicos eran administrados por los Claustros.

Ildefonso Leal (1981) establece la duración de la vida universitaria colonial desde 1721 hasta 1827: “La Universidad Colonial se prolonga hasta aun después de consumada la independencia, porque los viejos estatutos sancionados por el rey Felipe V no fueron derogados sino el 24 de junio de 1827” (Pág. 119) Este trecho de 106 años se divide, de acuerdo a las tendencias filosóficas dominantes en el recinto, en tres etapas: la escolástica que va desde la creación hasta 1788, donde el pensamiento de Aristóteles rige toda la enseñanza. La etapa de la filosofía moderna que arranca con la lección de Baltasar de los Reyes Marrero y prosigue con la sucesión de este por sus discípulos, en esta se mezcla entre sí el escolastismo, el racionalismo y el empirismo. Y la tercera que comienza en 1815 y concluye en 1821. En esta etapa la Universidad cae bajo el mando de los realistas de Fernando VII, Leal la califica como la etapa de la “reacción absolutista”, en ella hay una condena a todo lo que significó la etapa de la filosofía moderna.

ROMANTICISMO-POSITIVISMO, PARADIGMAS HISTORIOGRÁFICOS VENEZOLANOS

La fecha de 1839 constituye un eje referencial en la historiografía venezolana. Ese año se edita El Resumen de la Historia, de Rafael María Baralt y el Atlas de Venezuela de Agustín Codazzi. Según Pedro Grases (1977) a partir de esta fecha: “El país cae en un sopor intelectual movido únicamente por enfrentamientos menudos, chiquitos” (Pág. 46) Es la llegada al poder de Guzmán Blanco en 1870 lo que va abrir el país a la filosofía positivista, colocándolo así en el terreno de las ideas con lo que ya acontece en el resto del continente americano. Esto da pie para al desarrollo de dos tendencias en la historiografía del país, las cuales hacen vida desde esa fecha hasta el periodo gomecista. De un lado está la tendencia romántica, representada, entre otros, por Francisco Javier Yánez, Rafael María Baralt, Juan Vicente González, Felipe Larrazábal, Eduardo Blanco y del otro la positivista encabezada por Rafael Villavicencio, Vicente Marcano, José Gil Fortoul y Vallenilla Lanz.

Estas tendencias entran en pugna y juegan el rol de paradigmas o modelos teórico-prácticos que entender e influir en el proceso histórico del país. Sin embargo, medida que Venezuela se acerca al siglo XX, el positivismo termina por imponerse en todos los niveles del hacer científico e intelectual del país. Alicia López de Nuño (1965) destaca como el espíritu de la polémica llegó a la Academia de la Historia a través de algunos discursos de incorporación. Estos son obra de los discípulos universitarios de Adolfo Ernst y Rafael Villavicencio, profesores de las cátedras de Historia y Ciencias Naturales, padres del positivismo venezolano. Son los jóvenes positivistas los que, en su lucha contra las tendencias románticas, fundan en el año 1882 una sociedad que deciden llamar “Sociedad del Amigos del Saber” De esta sociedad sus integrantes pasaron a copar los diarios más leídos en la época.

Pueden enumerarse las acciones que le dan vigencia intelectual al positivismo. En primer lugar la sociedad venezolana es impactada, directa o indirectamente, por los avances y crisis sociológicas del mundo, lo cual hace insuficiente la visión romántica para dar una respuesta adecuada a estas nuevas exigencias y escenarios. En segundo lugar debido al positivismo surge la justificación ideológica de las nuevas consignas e ideales políticos, como son la oposición civilización-barbarie, el anticlericalismo, la idea de educación popular, la tecnificación, las políticas inmigratorias y el antiimperialismo. Y en tercer lugar el empuje que ofrece el hecho de que la mayor parte de sus representantes se burocratizan accediendo a posiciones políticas, académicas, culturales y científicas dentro del régimen político vigente permitiendo así más popularidad y realidad para sus propuestas.

La postura de Caracciolo Parra León en este contexto fue cautelosa a diferencia de la de Briceño Iragorry que fue muy abierta y franca. Tomás Polanco Alcántara (1988) describe este posicionamiento advirtiendo en su análisis que es de entender que para el momento criticar el positivismo podía ser motivo de desprestigio o de ser calificado como un retrogrado opuesto al desarrollo social. Este historiador define las críticas que Parra León realiza desde el área de las Ciencias Jurídicas cuando señala el peligro de limitarse solo a los métodos novedosos. Que la adquisición de nuevas verdades redunda siempre en confirmar la autenticidad de las verdades tradicionales. Para este autor Parra León:

Consideraba funesto la exagerada pasión contra los métodos anteriores, el deseo inmoderado de originalidad... Con todos esos puntos de vista consideró que el abuso de los nuevos métodos, el odio a los antiguos y el olvido de los fundamentos mismos de la verdad, condujeron a nuevas escuelas a gravísimos errores de consecuencias absolutamente negativas. En cambio un procedimiento racional, que con sistemas adecuados sostuviere la pureza de las verdades metafísicas, podría llevar a una genuina filosofía moderna amplia llena de progresos y en constante evolución. (Pág. 75)

Eduardo Arroyo Álvarez encuentra conciliados en Parra León contradictorios principios conservadores y revolucionarios, evidenciado esto en una carta que el autor dirige a Mario Briceño Iragorry y que Arroyo Álvarez (1994) cita: “...aquí sólo tienes un mantenedor de la reforma social múltiple, la que se adapta a los medios y a la época dentro de la vasta ideología del cristianismo” (Pág. 27) Si a estas confesiones se unen las líneas, más arribas citadas, donde Polanco Alcántara parafrasea a Parra León, es comprensible el constante ataque que este autor hace hacia el síndrome de la “leyenda negra”, el cual que evidencia un claro dominio inconsciente en la mentalidad intelectual del positivismo al igual que en los historiadores de tendencia romántica.

El hacer científico no es inmune a lo negativo del psiquismo. Es indispensable ser consciente de las motivaciones subjetivas más profundas que dominan el proceso de construcción del conocimiento objetivo. Ya en 1906 Ángel Cesar Rivas, en su discurso de incorporación a la Academia de Historia de Venezuela, Orígenes de la independencia de Venezuela, y en su libro Historia política y diplomática, llega a un conjunto de conclusiones semejantes. Este historiador, desde la perspectiva de la escuela histórico-determinista de Taine, aplicó los métodos del evolucionismo y sacó con anterioridad las mismas conclusiones historiográficas de Parra León. Según Cristóbal Benítez (1990) Cesar Rivas, desde el determinismo histórico, enfrentó “... las concepciones exageradamente románticas de la historia y de la evolución de las sociedades; concepciones según las cuales estas obedecen exclusivamente al ser racional del hombre, esto es a su potencialidad intelectual, con entera independencia de los factores fisiológicos, geográficos, etnológicos, etc.” (Pág. 96) La crítica a esta postura de los positivistas señala que estos terminaron cayendo, gracias al dogmatismo de mucho de sus propagadores, en lo mismo que criticaban, la dogmatización excluyente Como apunta Benítez, se desprecia hasta llegar a considerar como no influyentes en la historia a los factores de carácter anímico, tales como la voluntad, lo sentimental, los gustos, la emoción y el vigor de lo ideal.

Caracciolo Parra León (1990) sucede a Ángel Cesar Rivas en la Academia de la Historia. En el discurso de presentación ante esta Academia del libro La Instrucción en Caracas 1567-1725 reconoce las ventajas del método histórico-determinista pero las matiza con las cautelosas críticas de Agustín Gemelli. Este autor italiano previene contra la tendencia monista del determinismo. Caracciolo Parra León objeta la pretensión de establecer:

“.... principios, consecuencias y leyes rigurosamente científicos, es decir rigurosamente ciertos, respecto de cuya veracidad habría que observar: que o dependen de factores externos, y entonces carece del carácter estable que da la ciencia a sus asertos y no vale la pena de ser sostenida, o está por encima de la misma ley de evolución, que en ese caso no resulta tan universal ni tan absoluta como se pretende: tanto más cuanto que son precisamente los deterministas quienes alardean de únicos y verdaderos filósofos. (p. 430)

El determinismo aparte de presentar contradicciones en sus términos, las sostienen en el terreno práctico de lo cotidiano. Sus adeptos pueden negar el libre albedrío, pero como cualquier ser humano ofenden y alban, condenan y absuelven. El recto sentido crítico, que tanto pregonan, solo existe para ellos cuando intelectualizan enunciados lejos de lo cotidiano. Parra León cree en lo inevitable de lo contradictorio, pero asumido consciente y vitalmente. La historia se asienta sobre voluntades y leyes, ideas y fenómenos, espíritu y cuerpo. Ante el escollo teórico del determinismo opta por una “concepción dualista u orgánica de la historia” (p. 435) Donde todo tiene cabida eclécticamente.

FILOSOFÍA UNIVERSITARIA COLONIAL

Está muy de moda la expresión “crisis paradigmática”, estas dos palabras parecen tener un insaciable poder interpretativo, constituyen una panacea terminológica a la hora de retratar, dentro de la vasta generalidad posmoderna, el nudo gordiano que es la ciencia de estos tiempos de globalidad tecno-comunicacional. Esta expresión tiene una sinonimia un tanto prolífica, puede mencionarse modismos metafóricos como: cambio de padigmático, agotamiento paradigmático, ruptura epistémica, desfundamentación epistemológica, quiebre paradigmático. Por Thomas H. Khun se sabe que un cambio de paradigma en las Ciencias acontece gracias a la dificultad de resolver las irregularidades dentro de los esquemas de análisis vigentes. Se hace entonces necesario, por no decir inevitable, un nuevo modelo para resolver estas irregularidades. Ahora bien este episodio, epistémicamente “catastrófico”, no es ninguna novedad, nada es más esencialmente tradicional e históricamente recurrente que la crisis de paradigmas, las diferencias parecen marcarla sus significativas y puntuales irregularidades.

En el plano de la historiografía contemporánea los finales de la década de los setenta constituye el momento donde se acentúan los signos de agotamiento de tres paradigmas historiográficos con sentido de universalidad, son el marxismo, los Annales y el estructural-cuantitativismo. En este terreno disciplinario tampoco es primera vez que ocurre otra vuelta de tuerca paradigmática, como ejemplo puede mencionarse la historiografía racionalista de la Ilustración que surge como necesidad de organizar una objetividad plena que cortara los lazos metodológicos establecidos con el hacer historiográfico confesional y cronístico del siglo XVII.

Puede decirse que en la indagación de esta crisis paradigmática, en el seno de la educación colonial universitaria venezolana, ubica en su centro el sentido investigativo del texto Filosofía Universitaria Venezolana 1788-1821 Este se inicia con una afirmación de tono absoluto de la cual posteriormente puede extraerse todo un cuadro de consecuencias interesantes. Parra León dice: “Nunca fue, señores, instituto hermético ni foco de oscurantismo y retroceso la Real y Pontificia Universidad de Caracas” (pag 39) El autor de entrada establece el marco temporal a estudiar, desde 1788 hasta 1821. Considera que en esa etapa se formó en la universidad buena parte de la generación responsable de la independencia venezolana. Inmediatamente pasa decir que “al comparar esa gárrula palabrería, misericordemente apedillada “historia romántica”, con la realidad, que espontáneamente brota de la labor unificada del sentido común y de innumerables documentos” (pag 40) se descubre que esta historia romántica tiene motivaciones políticas demagógicas y sentimentales, que es el producto espontáneo de la guerra. El cual posteriormente se esgrime como el argumento equivocado para establecer juicios de una época con el criterio de otras. Este acto rompe, para él con la primera ley histórica, la de continuidad. Mas que un hacer historiográfico la historia de espíritu romántico parece ser simple y mal intencionada propaganda política.

Ahora haciendo un hincapié en este punto sería necesario establecer en paréntesis algunas apreciaciones que se derivan al valorar estas afirmaciones del autor. Decir nada más que la historia romántica es solo un ardid de mala intención, es redundar en la simpleza que se denuncia. A la luz de la historia de las mentalidades este hacer historiográfico romántico responde a motivaciones que tienen su explicación, no solo en su desarrollo mismo sino también, en el complejo siquismo colectivo venezolano, el cual tan asertivamente ya el Libertador describía en su Discurso de Angostura. Este siquismo puede tener relieves aparenciales de espontaneidad pero no es gratuito. Al observar la historia de las ideas se pasa necesariamente por llamar la atención sobre la sociedad y la sicología colectiva que rigen para el momento de la observación. Hay ya desde la colonia un imaginario venezolano que se apoya en un conjunto de representaciones imaginarias, simbólicas y realidades inventadas, que el proceso de la guerra independentista no desarraiga sino que añade a él un perfil traumático que lo incrementa y refina hasta consolidarlo en siquismo colectivo. Carlos Barros (2004) establece cinco componentes de la mentalidad histórica: lo racional, lo emotivo, lo imaginario, lo inconsciente y la conducta. El país en su proceso histórico es el drama de un inconsciente expresado en lo imaginario que no resuelve su reiterada pugna con lo racional representado a su vez en las élites dirigentes.

Regresando al texto Parra León este admite el claro sentido peripatético y tomista de la universidad en sus inicios. Pero ya a mediados del siglo XVII en España se lee y discute a Descartes y Gassendi. Españoles como el obispo D. Juan Caramuel de Loblokowitz, el P. Tomás Vicente Tosca, F. Benito Jerónimo Feijoo figuras importantes toman con cierta timidez sus distancias de Aristóteles y Santo Tomás de Aquino. Y en el siglo XVIII se añaden Evora D. Luís Antonio Verney y D. Antonio Eximeno. A Descartes y Gassendi le siguen lecturas de Bacon, Newton, Locke, Condillac, Hume, Condorcet, Malebranche, Berkeley, Leibniz, Wolf, Rosseau y Voltaire. La universidad Real y Pontificia recibe de inmediato este caudal de ideas europeas, es mas, se adelanta en número e intensidad a la voracidad de leer y estudiar más y más autores de la Ilustración. Desde 1788 esto es casi público entre clérigos y seglares.

El primer brote anti aristotélico lo representó en 1770 A de Valverde que el 1 agosto de ese año disputó públicamente con el profesor Conde de San Javier. Valverde llegó, según cita de Parra León, a calificar la filosofía de Aristóteles como “Servil sentina de los errores”. Santo Tomás apenas sale librado en esta descalificación filosófica cuando astutamente se le califica con tibieza como un “angélico inspirado”. No era prudente ir más allá. Sin embargo, es 1788 cuando la modernidad entra con todas sus fuerzas en la Real y Pontificia Universidad.

Las enseñanzas de filosofía por parte del clérigo Don Baltasar de los Reyes Marrero marcan el inicio del vigor modernista en la universidad. Este profesor después de explicar su curso de Filosofía la Lógica y las Súmulas, tiene la iniciativa por cuenta propia de enseñar aritmética, álgebra y geometría por creerlas básicas para el aprendizaje de la Física y hasta de las mismas Sagradas Escrituras. Esto trajo resistencias, un alumno, José Cayetano Montenegro se niega por consejo de su padre, el doctor Cayetano Montenegro, a concluir el aprendizaje del álgebra, Marrero lo expulsa entonces del salón. Este hecho da inicio a una larga disputa académica sobre la utilidad de la matemática, discusión que divide a las autoridades de la universidad, llevando el juicio hasta el Concejo de Indias. Al final, el 27 de julio de 1791, se decide que los estudiantes recibirán las enseñanzas de las materias en disputas solo sí la voluntad de estos lo cree conveniente. Ya Marrero había renunciado a la cátedra para ese entonces, sin embargo, sus discípulos sucesores, tales como Francisco Antonio Pimentel, Rafael Escalona y Alejandro Echezuria continuaron el desmontaje del aristotelismo en la Universidad. Lo interesante está en que Marrero incorpora el experimentalismo en su cátedra y demuestra que las matemáticas no están opuestas a las enseñanzas de Aristóteles y Santo Tomás de Aquino. Más bien considera Marrero que las matemáticas “purifican” los conocimientos sobre Aristóteles

Este experimentalismo condujo a la práctica novedosa del Método frente a la vieja y machacada esgrima intelectual del silogismo. Parra León dice, citando las propias palabras contenidas en los expedientes estudiantiles, que:

Púsose de moda en la Universidad, y al paso que algunos lo tuvieron por suficiente para toda clase de ciencias e investigaciones, declarándolo otros ‘único apto para el conocimiento, o, a lo menos, para la formación de ideas claras y exactas’ Entendióse, eso sí, por método experimental, no la proscripción absoluta de principios trascendentales, de que hace gala cierto empirismo materialista hoy (pag. 70)

Se asume el experimentalismo pero sin llegar hacer concesiones desbocadas que desvirtúen el sentido y el espíritu religioso de la institución universitaria. Tanto así que, la práctica silogística, no fue desechada por un número significativo de estudiantes, pudiendo convivir ambas maneras en el recinto universitario. Parra León muestra su acuerdo con esta posición ya que la misma ilustra históricamente lo que será su propia postura cautelosa ante el ardor paradigmático y las emocionalidades que llegó a despertar el positivismo vigente para su época.

Una de las principales víctimas de esta revolución intelectual en el seno universitario colonial fue el sacrosanto criterio de autoridad. Expresiones como:

‘...la autoridad humana no debe quedar exenta de examen, así venga de varón insigne o pase por común opinión de los doctores’, ‘en lo natural no ha de seguirse la autoridad sino la experiencia y la razón’, ‘sólo difícilmente se establece la verdad histórica por el testimonio humano’, ‘la deferencia por la autoridad de los sabios es fecunda madre de errores’, ‘la autoridad de los santos no constituye argumento cierto en las ciencias naturales: tanto vale cuanto persuada la razón’, ‘la autoridad de los Santos Padres ha de igualarse a la de los profanos en lo natural; no debe ser preferida a la de los doctores y debe posponerse muchas veces a la de los herejes’; ‘quien quiera conocer la verdad ha de oírla con agrado, depuesta toda preocupación, ora venga de indocto o de enemigo’ (Págs. 73 y 74)

Darle categóricamente primacía a la experiencia y a la razón por encima de los tradicionales criterios de aquellos manoseados sabios y santos de árida formación aristotélico-tomista, considerar que la verdad no depende del estado espiritual del que la emite, sino que esta se corrobora por medio de la experiencia y se evidencia en los juicios de razón. Leer estos juicios en las tesis de estudiantes de una institución con formación conventual, donde predomina de modo absoluto lo teórico tomista, la cual hace vida social, intelectual y religiosa en medio de una Caracas fuertemente permeada por el criterio de selección divina de sus autoridades políticas, resulta increíble. Se hace palmario los niveles de relajación de los controles sociales del conocimiento. La crisis paradigmática en las comunidades coloniales era de carácter profundo.

Ante la decadencia de los postulados metafísicos los criterios cartesianos ocupan de inmediato este vacío. Los expedientes que cita Parra León muestra un hervidero de polémicas académicas. Descartes así como tiene muchos propagadores y defensores también cuenta con impugnadores de férreos y sesudos argumentos. Lo importante es el ambiente de tolerancia con que van y vienen los argumentos. La planta sembrada por Marrero muestra unas ramas y tronco saludables.

Las preferencias intelectuales son variadas. Benito Espinoza no capta seguidores, Malebranche, Leibniz y Wolf cuentan con pocos, el escenario es indudablemente cartesiano. John Locke, fue esculcado. De él se tomaron algunos criterios y se guardó distancia de las nociones materialistas que insertaba la duda del sitio sobre el sitio de residencia de la conciencia. Condillac, fundador del sensualismo ocupó lugar de preferencias a la hora de usar sus argumentaciones contra el materialismo lockeano. Destttut-Tracy, Lamarck, Hume, David Hartley establecieron los senderos previos al futuro evolucionismo. Este hervidero de posturas se desarrolla en convivencia y mezcolanza, ser moderno en la universidad no da pie a perseguir a los internamente persistieron en el aristotelismo.

Demuestra así Caracciolo Parra León lo equivocado de las informaciones de Dauxion, de Domingo Briceño Briceño y del inglés Robert Semple donde presentan a la Universidad de Caracas de 1811 como un sistema rutinario, con dos siglos de atraso con relación a España. También desmonta las observaciones de Rafael Maria Baralt en su Resumen de la Historia de Venezuela, donde afirma este que solo muy avanzado el siglo XIX es cuando se escuchan en el recinto universitario los nombres de Descartes, Newton, Leibniz, Bacon y Galileo. Muchas de los datos que Baralt expone son la reproducción de la “Revista” de García del Río donde se habla tendenciosamente de los métodos penales de enseñanza en la universidad a través de castigos corporales. Ante estas apreciaciones Caracciolo Parra León antepone las de Juan Vicente González donde este informa que aun bajo el furor de la guerra la universidad se reunía para rendir tributo a sus maestros de la modernidad. Uno a uno va el autor desmontando los argumentos de esta Revista que parece ser la fuente principal de Baralt. Esta revista critica la preponderancia del latín en la enseñanza, manifiesta la prohibición de libros, y las lecturas ocultas de los estudiantes. Para responder a esto Parra León se vale de los argumentos de Andrés Bello a favor del latín, y del uso obligado de este en todas las universidades europeas de ese tiempo. En cuanto a prohibición de lecturas, es evidente lo que revelan los expedientes estudiados junto con las informaciones que da Arístides Rojas sobre la llegada de libros al país.

Dicha revista manipula una presunta frase de Carlos IV para no conferirle al Colegio Seminario de Maracaibo el estatuto de universidad. Parra León que dicha frase no aparece por ningún lado en documento alguno y que si no se le concedió el nombre de universidad al colegio si se le confirió el poder de dar grados mayores en filosofía, derecho canónico y teología.. En cuanto al criticado sentido clerical de la universidad la concepción de Andrés Bello para la universidad de Chile sirve para justificar la existencia y fomento de las ciencias eclesiásticas. Caracciolo Parra León deja claro que no tiene la intención de exagerar las virtudes de la universidad:

Y no es que consideremos perfecta la Universidad colonial ni mucho menos que pretendamos hacer la apoteosis del gobierno español en relación con ella. Bien sabemos que la Corte no se mostró generosa con la vida económica del Instituto; y aunque donde quiera fue común en aquellos tiempos que las rentas universitarias derivasen de fundación particular, desde los años de 60 a 70 comenzó a ponerse de moda en España la costumbre de alimentar o esclarecer oficialmente las aulas, bien pudo el Rey, en tratándose de un establecimiento ultramarino que de tantos modos suplicaba a su mejoramiento, mostrar en el terreno económico su protección, a pesar de la crisis que por entonces soportaba la Corona (pag 227)

La educación en la colonial no fue una función obligatoria de estado como se conoce hoy en día. En la construcción de Seminario Santa Rosa de Lima el obispo González de Acuña en 1673 impuso a los clérigos para financiar los costos de construcción una contribución del 3% de las entradas a la iglesia. Es el obispo Fray Antonio González de Acuña quien en 1673 compra unas casas frente a la plaza mayor para el Seminario. El que la Corona no estuviera obligada a cubrir las funciones y gastos de la educación, no impide algunas iniciativas por parte de Cabildos y de la Iglesia. La falta de recursos económicos impidió la existencia de algunas cátedras. Esta precariedad contribuye con el acento teórico de la enseñanza Parra León cree que si las contribuciones de la Corona hubieran sido de mayor cantidad se habría dado mayor aliento a los estudios prácticos.

ALGUNAS REFLEXIONES FINALES

Filosofía Universitaria Venezolana 1788-1821 de Caracciolo Parra León cumple perfectamente con las motivaciones que, según Julio Arostegui (s f), determinan el diseño de la investigación histórica. Estas consisten en los “hallazgos de nuevas fuentes, de nuevas conexiones entre las cosas, de comparaciones... de insatisfacciones con los conocimientos existentes... la aparición de nuevos puntos de vista, de nuevas teorías, o de nuevas curiosidades sociales.” (p. 319) Las fuentes, los viejos y relegados expedientes universitarios escritos en latín que en manos de este historiador pasan a transformarse en novedosas fuentes del pasado colonial venezolano. Con relación a la insatisfacción, escritos previos a este libro pueden ilustrarla, por ejemplo Instrucción en Caracas, 1567-1725. Allí deja ver su descontento ante ese conjunto de comprensiones y explicaciones historiográficas abreviadas en el lugar común de la leyenda negra. ¿Nuevas teorías? Los trabajos del historiador Ángel César Rivas desde la óptica de la escuela histórico-determinista. Este autor es tratado por Parra León extensamente en el discurso de presentación ante la Academia Nacional de la Historia. Reconoce las ventajas del método determinista pero bajo el matiz de las críticas de Agustín Gemelli. Allí define a su propia concepción de la historia dualista u orgánica.

¿Por qué una universidad como la Real y Pontificia de Caracas de origen, reglas y vida de corte eclesiástico se convierte en el escenario un debate seglar entre las tesis modernistas de la Ilustración y el tomismo medieval? No es una o dos tesis las que caen en esta tendencia, son muchas. Y lo extraordinario es que al parecer esto ocurre bajo el consentimiento tácito de la iglesia. Un detalle importante que sale a luz pública notable al leer el expediente del caso entre Baltasar Marrero y Cayetano Montenegro es la división de criterios entre las dos mayores autoridades de la Universidad, el Cancelario que desautoriza y amenaza con multar a Marrero y el Rector doctor Juan Agustín de la Torre que apoya la enseñanza de las Matemáticas. El Cancelario argumenta que Marrero viola los estatutos de la Universidad que obligaban a enseñar exclusivamente la Física de Aristóteles y no a Newton, sin embargo, ya los planes de estudio del sistema universitario español desde 1771 que enseñar matemáticas era preliminar a Física. El argumento del defensor de Marrero era que la oposición era exclusivamente motivada por ignorancia de esta materia por parte de algunos doctores. Es decir, en realidad no se estaba introduciendo principalmente ninguna novedad sino que se ejecutaba algo que había llegado con cierto retraso a la Universidad. Ahora bien el centro de la cuestión de los hechos debatidos está en la organización misma de la Universidad. Vemos como su autoridad mayor no es elegida por un dignatario eclesiástico sino por el claustro interno, lenta pero sostenidamente seglarizado. Y es este mismo claustro el que rige realmente sobre los asuntos académicos y administrativos. Es evidentemente el ejercicio del principio de autonomía, de autogobierno, un germen ideológico importante en el seno de los pueblos y élites americanas bajo el régimen español. La Universidad y el Cabildo colonial constituyen dos formas de autogobierno decisivas en los acontecimientos independentistas. Ahora bien estas dos instituciones no son una creación exclusivamente americana, para que pueda pensarse que por su naturaleza ya guardaban el germen, son instituciones creadas por la corona española misma. Estructuras para el debate continuo. La historia habla bastante del papel del Cabildo en la defensa de los intereses de los blancos criollos. Y esos mismos blancos criollos son los que debaten sobre las tesis de la modernidad en la universidad. Es el régimen colonial mismo que contribuye creando las bases institucionales para el cambio porque estas instituciones ya estaban produciendo transformaciones en el seno de la propia sociedad en suelo español. América es un reflejo, en otro contexto y con otros intereses, de la crisis paradigmática europea y española.

BIBLIOGRAFÍA

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*Expediente del juicio entre don Baltasar Marrero y don Cayetano Montenegro, sobre la expulsión de su hijo don José Cayetano Montenegro de la clase de Filosofía que regenta el primero en la Real y Pontificia Universidad de Caracas. Año 1790. Archivo Histórico de Madrid. –En: Boletín del Archivo Histórico de la UCV- Caracas. 1984, Nº 2

*Ideas determinantes del positivismo histórico-social venezolano. Alicia López de Nuño. –En: Episteme Anuario de Filosofía 1961-1963- Caracas. 1965

*La Instrucción en Caracas, 1567-1725 . Caracciolo Parra León. –En: Boletín del Archivo Histórico de la UCV- Caracas, 1990. Nº 8.

*LEAL, ILDEFONSO (1981) Historia de UCV. Caracas: Rectorado de la UCV.

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*POLANCO ALCÁNTARA, TOMAS (1988) Conversaciones sobre un joven que fue sabio (Semblanza del Dr. Caracciolo Parra León) Caracas: Biblioteca de la Academia Nacional de la Historia.

*Trayectoria y tránsito de Caracciolo Parra León. Mario Briceño Iragorry. –En: Boletín del Archivo Histórico de la UCV- Caracas. 1990, Nº 8.

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